El chantajismo social de
las victimas nos tiene acostumbrados a la práctica de la compasión, se ha
transformado en un ejercicio rutinario de la moralidad, una especie de role play de la vida cotidiana en el que
se puede ocupar de igual manera el papel de la víctima o el del individuo
compasivo; ambos son recompensados por el status del “bien hacer”. Vivimos en
una época en la que las víctimas se multiplican, aparecen en lugares
inesperados, se inventan. La posición del victimario, sin excepciones, es anónima:
el Sistema, el Estado, la Historia, la Sociedad. Lo es todo, y por lo tanto, no
es nada.
La modalidad de las
charlas motivacionales de Personas con Discapacidad (PCD), es otra de las
muchas estrategias chantajistas, pero con la diferencia de que, en lugar de la
víctima, tenemos al héroe. Desde que los movimientos de lucha por los Derechos
de Personas con Discapacidad han dado luz a una minoría silenciada, la sociedad
ha debido encargarse de darle a esta población un lugar, y al mismo tiempo, una
posición en la jerarquía. Así es que las PCD ocupan cargos estatales, puestos
en empresas inclusivas o subsisten de pensiones varias. Son pocos los
afortunados que legítimamente forman parte del mercado. Pero las opciones
laborales no caducan ahí: pujante, el millonario mercado de la lástima es una
elección a la que recurren a menudo.
Golpes bajos,
ridiculizaciones, falsa sabiduría, pensamiento mágico: un espectáculo atroz al
que asistimos obligados. Las charlas motivacionales proponen, en mayor o menor
medida, un recuento de axiomas bien intencionados que nos enseña el modo de ser
felices. La autoridad de estas personas resulta de la experiencia de sus
condiciones de vida, como si sus padecimientos fueran singulares y aportaran
algo más que un estereotipo validado desde hace milenios. En ciertas culturas hindúes,
la discapacidad todavía hoy equivale a sabiduría. “Inválidos y deformes” se
transforman en padres absolutos de toda una comunidad, en líderes éticos a los
que se recompensa con comida, flores y hasta piedras preciosas. Asistimos, en
el occidente, a nuestra versión del mismo fenómeno: las PCD parecen ser iluminadas
por la lucha concreta con sus condiciones.
Nick Vujicic (35), nacido
en Melbourne, es quizás el mayor de los chantajistas entre las PCD. Ha hecho de
su desgracia un freak show millonario
que lo arrojó de un país a otro, que resultó en múltiples documentales, libros
autobiográficos, y que le proporcionó un medio de vida que se subvenciona de la
culpabilidad social, y por qué no, de las instituciones públicas que a menudo invierten en su filosofía del “sentirse bien”. Una conferencia
promedio comienza con Nick ridiculizándose para “romper el hielo”, narrando
experiencias vergonzosas en las que su deformidad física es el centro de atención. Una vez pasada esta primera maratón del morbo, el orador entra en el
terreno de la autoayuda panfletaria: “hay que ser agradecido”, “es una mentira
pensar que no vales nada”, “uno se termina concentrando en lo que desearía
tener y no se da cuenta de lo que ya tiene”, entre otras. Nick promete: “estos
principios que aplico a mi vida, los puedes aplicar a la tuya”.
La mexicana Adriana Macías (39) dicta
conferencias motivacionales desde hace quince
años; se titulan “¿Para qué quejarte? Sé feliz” y “Tu verdadero límite mental”.
La lógica de su discurso es idéntica a la de Nick Vujicic: “Cuando pierdes el
tiempo quejándote sobre las cosas que no tienes, no te das la oportunidad de
ver las cosas que sí tienes”. Además del discurso, comparten la modalidad:
primero, la humillación pública, el humor autorreferencial, y luego, la
retórica condescendiente.
La vida es un fenómeno complejo, la
felicidad un juego de espejos del que todo intelectual busca escapar. Las
propuestas de estos individuos nos culpan (“¿Para qué quejarte?”), demandan una
actitud irreflexiva que se puede observar en la repetición hasta el hartazgo de
estas frases de horóscopo, y nos obligan a un introspección emocional que
caduca al finalizar el evento. Estúpidos, culposos, condescendientes. No solo el
público está atado, sino que se le exige un compromiso ridículo y se le invita
a ser menos inteligente a cada momento. Heidegger, de la mano de Kierkegaard,
postula lo siguiente: la posibilidad que habita todas mis posibilidades, es la
muerte; ante la nada de la muerte, surge la angustia; frente a la angustia,
pedimos aturdimiento. Los oradores motivacionales nos dicen: ser felices es una
cuestión de perspectiva. La inmensa diferencia entre un discurso razonado y uno
repetido no se ve solo en la complejidad de las premisas, sino además en el
compromiso con la inteligencia de los primeros, y el compromiso con la moral de
los segundos.
Pero criticar a cualquiera de estos
oradores resulta cruel y cínico. La sociedad ha instalado mecanismos de defensa
que los protege. Hemos sido acostumbrados a conformarnos con la falta de
inteligencia de las PCD. La exigencia del público que consume estas ponencias chatarra es nula.
Mientras tanto, la verdadera inclusión
sigue enterrada debajo de toneladas de otras formas perversas de inclusión que no
hacen más que reforzar estereotipos que le quitan la humanidad al individuo discapacitado,
y lo unifican en una masa de la otredad. La tiranía del victimismo, y en este
caso de la “víctima positiva”, nos conduce a un futuro incierto, pero en el que
habita una sola posibilidad: la exclusión.