sábado, 11 de agosto de 2018

El mercado de la lástima.



El chantajismo social de las victimas nos tiene acostumbrados a la práctica de la compasión, se ha transformado en un ejercicio rutinario de la moralidad, una especie de role play de la vida cotidiana en el que se puede ocupar de igual manera el papel de la víctima o el del individuo compasivo; ambos son recompensados por el status del “bien hacer”. Vivimos en una época en la que las víctimas se multiplican, aparecen en lugares inesperados, se inventan. La posición del victimario, sin excepciones, es anónima: el Sistema, el Estado, la Historia, la Sociedad. Lo es todo, y por lo tanto, no es nada.

La modalidad de las charlas motivacionales de Personas con Discapacidad (PCD), es otra de las muchas estrategias chantajistas, pero con la diferencia de que, en lugar de la víctima, tenemos al héroe. Desde que los movimientos de lucha por los Derechos de Personas con Discapacidad han dado luz a una minoría silenciada, la sociedad ha debido encargarse de darle a esta población un lugar, y al mismo tiempo, una posición en la jerarquía. Así es que las PCD ocupan cargos estatales, puestos en empresas inclusivas o subsisten de pensiones varias. Son pocos los afortunados que legítimamente forman parte del mercado. Pero las opciones laborales no caducan ahí: pujante, el millonario mercado de la lástima es una elección a la que recurren a menudo.

Golpes bajos, ridiculizaciones, falsa sabiduría, pensamiento mágico: un espectáculo atroz al que asistimos obligados. Las charlas motivacionales proponen, en mayor o menor medida, un recuento de axiomas bien intencionados que nos enseña el modo de ser felices. La autoridad de estas personas resulta de la experiencia de sus condiciones de vida, como si sus padecimientos fueran singulares y aportaran algo más que un estereotipo validado desde hace milenios. En ciertas culturas hindúes, la discapacidad todavía hoy equivale a sabiduría. “Inválidos y deformes” se transforman en padres absolutos de toda una comunidad, en líderes éticos a los que se recompensa con comida, flores y hasta piedras preciosas. Asistimos, en el occidente, a nuestra versión del mismo fenómeno: las PCD parecen ser iluminadas por la lucha concreta con sus condiciones.


Nick Vujicic (35), nacido en Melbourne, es quizás el mayor de los chantajistas entre las PCD. Ha hecho de su desgracia un freak show millonario que lo arrojó de un país a otro, que resultó en múltiples documentales, libros autobiográficos, y que le proporcionó un medio de vida que se subvenciona de la culpabilidad social, y por qué no, de las instituciones públicas que a menudo invierten en su filosofía del “sentirse bien”. Una conferencia promedio comienza con Nick ridiculizándose para “romper el hielo”, narrando experiencias vergonzosas en las que su deformidad física es el centro de atención. Una vez pasada esta primera maratón del morbo, el orador entra en el terreno de la autoayuda panfletaria: “hay que ser agradecido”, “es una mentira pensar que no vales nada”, “uno se termina concentrando en lo que desearía tener y no se da cuenta de lo que ya tiene”, entre otras. Nick promete: “estos principios que aplico a mi vida, los puedes aplicar a la tuya”.


La mexicana Adriana Macías (39) dicta conferencias  motivacionales desde hace quince años; se titulan “¿Para qué quejarte? Sé feliz” y “Tu verdadero límite mental”. La lógica de su discurso es idéntica a la de Nick Vujicic: “Cuando pierdes el tiempo quejándote sobre las cosas que no tienes, no te das la oportunidad de ver las cosas que sí tienes”. Además del discurso, comparten la modalidad: primero, la humillación pública, el humor autorreferencial, y luego, la retórica condescendiente.

La vida es un fenómeno complejo, la felicidad un juego de espejos del que todo intelectual busca escapar. Las propuestas de estos individuos nos culpan (“¿Para qué quejarte?”), demandan una actitud irreflexiva que se puede observar en la repetición hasta el hartazgo de estas frases de horóscopo, y nos obligan a un introspección emocional que caduca al finalizar el evento. Estúpidos, culposos, condescendientes. No solo el público está atado, sino que se le exige un compromiso ridículo y se le invita a ser menos inteligente a cada momento. Heidegger, de la mano de Kierkegaard, postula lo siguiente: la posibilidad que habita todas mis posibilidades, es la muerte; ante la nada de la muerte, surge la angustia; frente a la angustia, pedimos aturdimiento. Los oradores motivacionales nos dicen: ser felices es una cuestión de perspectiva. La inmensa diferencia entre un discurso razonado y uno repetido no se ve solo en la complejidad de las premisas, sino además en el compromiso con la inteligencia de los primeros, y el compromiso con la moral de los segundos.

Pero criticar a cualquiera de estos oradores resulta cruel y cínico. La sociedad ha instalado mecanismos de defensa que los protege. Hemos sido acostumbrados a conformarnos con la falta de inteligencia de las PCD. La exigencia del público que consume estas ponencias chatarra es nula.

Mientras tanto, la verdadera inclusión sigue enterrada debajo de toneladas de otras formas perversas de inclusión que no hacen más que reforzar estereotipos que le quitan la humanidad al individuo discapacitado, y lo unifican en una masa de la otredad. La tiranía del victimismo, y en este caso de la “víctima positiva”, nos conduce a un futuro incierto, pero en el que habita una sola posibilidad: la exclusión.

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